Israel. Año 20 después de Cristo. La fría noche se cernía sobre la taberna de los barrios bajos de Jerusalén. Dentro hacía un calor de los mil demonios y varios parroquianos aprovechaban para beber un trago. Nadie sabía que el cantinero traficaba la cerveza. Era su secreto más oculto… o eso era lo que creía. Bernardo era una persona que se perseguía constantemente, por eso después de despachar cada cerveza le aseguraba a sus clientes con una sonrisa cómplice: “¡Disfrútela! ¡Que no es traficada!” De esta manera pensaba en ahuyentar todo tipo de sospechas con respecto a la bebida. Aquella noche todo iba como siempre hasta que una persona un tanto peculiar entró en la taberna. Cuando Bernardo se dió vuelta divisó la figura de Jeff Bridges que instantes antes le había palmeado el trasero.
- Uy, perdona…te confundí con otro…vos sos?- preguntó Jeff para zafar del momento levemente incomodo.
- Yo soy…el que soy- contestó Bernardo orgulloso de su respuesta.
Jeff se sorprendió y añadió - Ah…sos telemarketer…. Como todos…-
- No, pascual- contestó luego de un largo eructo- soy cantinero, trafico cerveza ilegal - dijo Bernardo, dándose cuenta de que no era muy buena idea comentar ese detalle.
Jeff le clavó la mirada y le dijo – Mira gordo, yo sé mejor que vos quién sos, así que vení acompañame que te tengo que contar algo. Se sentaron y luego de dos horas de larga charla, Jeff exclamó:
- Y bueno, esa es la cuestión, hasta ahí viene bastante fácil. ¿Entendiste hasta ahora? -.
Moviendo la cabeza en señal de afirmación Bernardo le contestó – No… No entendí nada…-.
Y fue así como Jeff le volvió a contar a Bernardo la historia del Santo Porrón. Un porrón que había sido traído al mundo por el hermano del Dios Baco…Faso, quien se lo había entregado a los humanos para que gozaran de algo que sólo los Dioses del Olimpo podían gozar. Un porrón de infinito contenido. Ese talismán a la felicidad eterna se hallaba muy escondido en algún lugar del valle de los alcohólicos anónimos.
- Tú, debes ser quien lo posea- dijo Jeff, quien se paró e intento tener su salida triunfal con una bomba de humo, lo que hubiese sido cuasi mágico si no se hubiese confundido con una granada de mano, causa por la cual murió instantáneamente.
Bernardo era ahora poseedor de un secreto tan importante, tan crucial para la humanidad y para el S.C.I (Sindicato de Cerveceros Israelitas), que se lo olvidó. Días después, barriendo los pedazos de Jeff, encontró un mapa que indicaba donde supuestamente estaba el Santo Porrón. – Caminá derecho 50 kilómetros, girá para la izquierda 360°, caminá otros 2 kilometros haciendo el pasito de Rocky y complementalo con un Backflip invertido de 540° a 23km/h a 245 Farenheit…- leyó Bernado detenidamente… No parecía muy difícil… Después de todo era traficante de cervezas. Fue allí cuando recordó todo y se puso en marcha.
Camino al valle, y siguiendo el mapa, Bernardo pensaba principalmente en dos cosas, una era en la historia de Jeff, ¿seria verdad? ¿Por que mentiría?, y la otra… Un momento… ya son dos cosas que se preguntaba… no podía haber otra más. Entonces Bernardo se preguntó si serían tres cosas lo que lo inquietaban, pero esa misma pregunta implícita ya sería la tercera y no daba lugar a otra más… Decidió dejarlo a un lado y continuó su camino con la mente en blanco.
Llevaba dos dias de caminata, cuando Bernardo logra divisar una escena desgarradora al lado del camino. Un gato siendo atacado por empleados de tarjeta naranja, que le ofrecían todo tipo de opciones, tratando de convencerlo de su servicio y los beneficios del extraño cartón color salsa golf. El gato estaba abrumado, a punto de un colapso nervioso, escupiendo enormes bolas de pelos e insultando en Gaturrentino. Bernardo, inspirado divinamente con una ira que jamás había experienciado estando sobrio, se abalanzó sobre los empleados, pero resbaló con una pera que había por allí, estrellándose con el piso, lo que ocasiono un desequilibrio en la armonía espacio-tiempo, creando un vórtice que se llevo a los malvados agentes de tarjeta naranja a otra dimensión. - ¡Otra vez! – se quejó Bernardo.
Tardó varios minutos en levantarse, pero cuando lo hizo miró al gato, y le dijo:
- Me debes una intento de felino amanerado. Me duele todo-.
El gato lo contempló con una mezcla de asco y asombro.- Gracias, los de Banelco jamás me hubiesen perdonado haber tenido tarjeta naranja. Ah por cierto, me llamo Mario, pero vos podés decirme Marito- dijo mientras le guiñaba el ojo.
Hubo un silencio considerablemente incómodo, hasta que Bernardo dejó de sacarse los mocos con el pico de una Heineken y arrastrando las palabras se presentó. - yo…yo…Yo soy el que soy- cada vez más convencido de que esa frase incrementaba su nivel de inteligencia al decirla.- Y estoy en búsqueda de un tesoro-.
OOooooooh, un tesoooroo- dijo Marito,- te…te puedo acompañar?
Bernardo recordó las palabras de Jeff, quien le dijo: “Que buen sombrero que tenés, mi tía tenía uno igual”, y aunque no pudo conectar que tenía que ver con la propuesta de Marito, accedió ser acompañado por un gato.
-Está bien, podés venir- dijo cansinamente Bernardo.
- ¡Que capo ehh! – dijo el gato con entusiasmo. – Desde ahora en adelante seremos compañeros.
Bernardo prefirió no acotar nada para no gastar su preciosa y rasposa voz. Y así continuaron en la búsqueda del Santo Porrón, juntos, Bernardo y Marito. Borracho y Gato.
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