martes, 25 de diciembre de 2012

"La Gran Guerra" Parte 2.


Los alrededores de Jerusalén eran páramos desolados. En pleno verano, el sol azotaba la tierra sin clemencia y los insectos revoloteaban buscando alguna presa para molestar.

“Iguales a Bernardo” – pensó Marito mientras miraba con añoranza por la ventana del Bernardomóvil. 
El grupo de amigos atravesaba el desierto en el rimbombante vehículo a toda la velocidad que era capaz, es decir, unos 40 kilómetros por hora.

-     Decí que tiene aire acondicionado porque si no estaríamos cocinados - pensó en voz alta Jeff mientras intentaba desempañar el vidrio.

-     Dejalo así empañado, me hace acordar a Titanic – le contestó el posadero mientras manejaba, como decía él, “diestramente” el volante. 
Esto había ocasionado una gran discusión. Marito alegaba que Bernardo siendo zurdo debería manejar “zurdamente” el auto. Bernardo sacó un diccionario, arrancó una página, se limpió la boca que tenía engrasada por comer churros con dulce de leche y sin decir nada lo volvió a guardar.
Marito se quedó esperando una respuesta que nunca llegó y decepcionado por no encontrar pelea introdujo lentamente un Whiskas en su boca mientras maullaba distraídamente una canción de cancha.
Fue ahí que Jeff para evitar una futura discusión prendió el aire acondicionado.

Después de recordar todo eso Jeff volvió al presente.
-     La verdad que esto está un poco mejor que el dinosaurio asqueroso que tenías antes. Este por lo menos levanta 40 – le dijo con malicia el ex actor.

-     ¿Sabés el levante que tenía con el dinosaurio? – le dijo ofendido el tabernero. Una noche levanté 50… 50 ciclistas que iban por la avenida, el dinosaurio se quedó sin frenos, como me pasaba siempre.

-     ¿Cómo no fuiste preso?

-     Ja! Era sábado. Los sábados soy inimputable dada mi condición mental – concluyó orgulloso Bernardo.

-     Si, tu condición mental y física, cementerio de pastas con vino blanco! – le maulló furiosamente Marito.

La expresión de Bernardo fue inmutable. Procedió a mirar al felino con el ceño fruncido, acto seguido, corrió la ventanilla que separaba los asientos delanteros del trasero, donde se hallaba Marito.

-     Ahí corrí la ventanilla blindada y aislante de sonido. ¿Decías algo? – le preguntó Bernardo mientras carneaba un cuarto trasero de cordero.

Marito comprendió porque Bernardo no podía oírlo. Y al ver que tenía las dos manos ocupadas con el cordero comprendió porqué 2 segundos después el auto se estrellaría.

-     Cuidado gordo que nos hacemos bosta! – le maulló desesperadamente.

-     Hacía mucho que no chocaba – dijo Bernardo sonriente. La última vez fue cuando…

Ni Jeff ni Marito pudieron escuchar cuando fue la última vez que Bernardo chocó, ya que en ese momento el posadero estaba atravesando el parabrisas, fruto del impacto del vehículo contra un caballo.
De pronto Bernardo miró a su alrededor y todo se hallaba rodeado de grandes y enormes porrones. Porrones de todas las marcas, los países, de todo tipo. Su alegría era tan grande que comenzó a llorar. Se arrodillaba y se persignaba ante las cervezas alemanas y se divertía rompiendo a piedrazos las cervezas japonesas y chilenas. Estaba en el paraíso. Incluso se puso mejor cuando comenzó a llover. ¡Llovía cerveza! Bernardo abría la boca y bebía cada gota que caía del cielo… Pero por alguna razón aquella cerveza tenía un gusto vomitivo… Escuchaba voces a su alrededor. No podía distinguir bien lo que decían pero a medida que pasaban los segundos se hacían más nítidas mientras la cerveza seguía empapando su rostro y llenando su boca, a pesar del mal gusto.
Hasta que de pronto pudo escuchar.

-     Se está despertando – dijo la voz de un felino.

De pronto Bernardo abrió los ojos para contemplar el cielo de las afueras de Jerusalén… Junto a dos enormes testículos de felino y su aparato reproductor que orinaban en su cara y en su boca.

-     Si, se despertó! – dijo alegremente Jeff. Me acordé de temple de acero… Qué película… Hice papel de tipo duro ahí… Como me gustaría serlo de verdad.

Mientras Bernardo lloraba por tener su boca llena de orina. Los amigos contemplaban el vehículo casi destruido.
Una vez que el tabernero se recompuso, contempló los destrozos.

-     ¿Tiene arreglo esta cosa? – preguntó Jeff.

-     No sé – contestó Bernardo. Creo que se rompió el motor.

-     Hablaba de vos, no del auto.

-     ¿Después de 10 años todavía preguntás eso? – terció Marito.

-     Para información de ustedes, las encuestas arrojaron que soy el segundo hombre más estúpido del mundo – anunció modestamente Bernardo. Ya no estoy más en el primer puesto.

-     El primer puesto lo debe tener el que hizo la encuesta – acotó Jeff pensativo.

-     La hice yo – dijo Bernardo orgulloso.

-     Ah.
Los amigos buscaron las partes del auto que se habían desprendido, las amontonaron e intentaron repararlo, pero al cabo de tres horas ya habían armado la cancha de futbol tenis y se divertían (irresponsablemente) bajo la calurosa tarde israelita.

-     ¿No teníamos algo que hacer? – preguntó Marito mientras ejecutaba un backflip invertido y golpeaba la pelota para luego caer, indefectiblemente, parado gracias a su condición gatuna.

-     Hay un tiempo para todo. Ya lo dice Eclesiastes – le respondió Jeff.

-     ¡Ahhh muy bueno! Yo me vi todas sus películas – dijo Bernardo no queriendo quedar fuera de la conversación.

Jeff, acostumbrado a esas salidas, se limitó a escupirle en la cara.
La presencia de un individuo los sobresaltó. Un hombre vestido con una sencilla túnica blanca se había acercado sigilosamente hasta ellos.

-     Hola amigos, estoy de paso por aquí. Mi nombre es Judas Iscariote. No los molestaría si no fuera por una imperiosa necesidad. Mi Maestro necesita mucho alimento para dar de comer a una enorme multitud de personas que lo siguen. Sus enseñanzas son tan fantásticas que miles y miles de hombres van con él a todas partes.
Los amigos cruzaron miradas. ¿Sería acaso ese el profeta que estarían buscando con tanto ímpetu? ¿Cuándo podrían continuar con el futbol tenis que ganaba Marito por 4 a 2?
Jeff se acercó cautelosamente mientras pensaba a toda velocidad.

-     Nosotros tenemos comida para darle a tu Maestro, sólo indicanos donde está.

-     ¿Qué haces? – le dijo enojado Bernardo. Nos queda comida para tres años nomás, ¿qué vamos a hacer después?

-     Para gordo, esto no es la UPF, no seas forro – le dijo Marito mientras se lamía el rabo.

De mala gana, Bernardo aceptó entregar una parte del suministro de comida. Dejaron el auto a buen recaudo, escondio bajo la arena y partieron hacia Jerusalén, siguiendo a Judas.

-     ¿Porqué vos hacés los mandados? – le preguntó Bernardo mientras retiraba sigilosamente comida del cargamento que le habían dado a Judas.

-     Siempre me manda a mi, a conseguir comida, alojamiento, plata… Soy el que se encarga de la economía.

-     ¿Y no te molesta eso?

-     La verdad que sí…

-     Si a mi me hicieran eso, yo lo vendería por 30 monedas de plata – concluyó Bernardo malhumorado.

Judas lo miró intensamente para luego garabatear rápidamente en una libreta algo que ninguno de los compañeros alcanzó a leer.

-     ¿Los sábados te da franco, no? – preguntó Jeff como para sacar conversación.

-     Los sábados son los días que más trabajo tengo – contestó Judas mientras guiaba a los amigos por un sendero rocoso y escarpado. Es cuando la comunidad más necesita de los víveres.

Se dieron vuelta al escuchar un fuerte ruido. Bernardo yacía desmayado en el piso. Cuando volvió en si repetía con aire ausente “sábado” y “trabajo”. Tuvieron que cargarlo el resto del trayecto, hasta que por fin divisaron las puertas de Jerusalén.

-     Contemplen a Jerusalén, peregrinos – dijo solemnemente Judas.

-     Naa, no puede ser – dijo Marito. ¿Tan rápido llegamos? Tu cachivache sirvió de algo gordo maricón.

Bernardo no pudo contestar. Se estaba recuperando de los vómitos y los escalofríos producidos por las fuertes palabras de Judas.

-     Debe ser Jerusalén – dijo Jeff. Bien, veamos. Salimos un lunes a las 3:34 de la tarde hacia el norte…Hacía 32 grados celcius y el viento soplaba desde el sur a 16 km/h, tardamos 6 días en llegar. Y si sabemos que estamos en época ultraniana y Saturno esta alineado con mercurio….Entonces debemos estar en Jerusalén – dedujo audazmente.

La cara de Bernardo comenzó a transformarse nuevamente. De pronto comenzó a transpirar. Salimos un lunes, tardamos 6 días – comentó en voz baja. Su intuición le indicaba que algo andaba mal y como si algo en su interior se lo ordenara comenzó a contar… Lunes 1, Martes 2, Miércoles 3, Jueves 4, Viernes 5…- Sus músculos se entumecieron, las pupilas se le dilataron y su cerebro se auto configuró en modo “ahorro de energía”. Lo que me temía – dijo lamentando su existencia. Hoy es sábado.
Jeff y Marito cruzaron miradas como pensando “yo no lo voy a cargar de nuevo”. Para evitar complicaciones, cargaron a Bernardo en el carro que transportaba la comida. Era un gran riesgo, pero no encontraron otra solución para el problema. El tabernero, argumentando que estaba muy débil, devoraba con bestialidad lo que se hallaba cerca de su boca.
Las calles se Jerusalén se encontraban atestadas de gente. Las atravesaron los más rápido que pudieron hasta llegar a las afueras de la parte norte de la ciudad.
Allí encontraron mucha gente reunida que escuchaba atentamente a un hombre que hablaba con gran carisma y autoridad. A su lado había una nutria de aspecto majestuoso, que masticaba vorazmente una papa.
“Creo que ese animal y yo nos llevaríamos bien” pensó Bernardo.

-     ¿Quién es ese? – preguntó Marito señalando con las garras al hombre que hablaba.

-     Ese – dijo Judas. Ese es Jesús el Nazareno y su nutria Pancho.



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