martes, 28 de junio de 2011

"La Búsqueda del Santo Porrón" Parte 5.

“Querido Marito, cuando leas esto, probablemente esté muerto o en el bar de la esquina. En cualquiera de los dos casos quiero que sepas que…”
-          Eh… Gordo…Dejá de escribir cartas como si te fueras a morir y metete en la cueva de una vez porque se vienen los morochos y nos van a hacer un tanteo de tejido que no nos vamos a olvidar nunca más – dijo el felino espiando lo que escribía Bernardo.
-          Llega un momento en la vida de todo hombre que debe elegir – comenzó solemnemente el posadero. De pronto el ejército de libertinianos irrumpió en la cueva y atacó desenfrenadamente. Lo último que llegó a divisar Bernardo fue un gran envase que iba directamente hacia su cabeza.
Bernardo se despertó gritando de pavor y todo transpirado. A su lado estaba Marito con el pico de un porrón que acaba de ser destruido… sobre su cabeza.
-          ¿Qué paso? – le preguntó al felino agarrándose la cabeza del dolor.
-          Lo que paso mi querido gordo… lo que paso… ¡ES QUE HICISTE DOS METROS, TE CANSASTE Y TE TIRASTE A DORMIR! – le gritó furiosamente Marito.
Tras un considerable silencio Bernardo se limitó a maullar.
-          ¡Yo soy el gato acá! – lo reprendió Mario.
En efecto, el felino tenia razón. Cuando Bernardo miró hacia la entrada de la cueva, a una distancia de dos metros se encontraba Caja Vengadora lanzándole una cascada de insultos mientras se tomaba lo que Bernardo supuso eran sus genitales.
-          Perdón, es que hoy es sábado – se disculpó. ¡Ya mismo voy!
Sin siquiera despedirse comenzó a adentrarse en la oscuridad rápidamente. Siguiendo su instinto avanzaba tomándose de las paredes para no caer en alguna trampa mortal.
-          Esto es casi como ser catequista – se quejó Bernardo. Sólo que no tengo a nadie a quien cagar.
Siguió caminando largamente, atravesando los oscuros pasillos de la cueva. Tras unos minutos divisó una tenue luz que iba aumentado a medida que avanzaba. Pronto se hallo en una gran sala iluminada por varias antorchas. En el centro de la misma había un sujeto misteriosamente encapuchado.
-          Hola Bernardo – le dijo. Te estaba esperando…
Bernardo comenzó a reir a carcajadas sin poder contenerse. El hombre lo miraba sin poder comprender tamaña estupidez mientras el gordo se revolcaba en el piso aullando de la risa. No pudo evitar interrumpirlo.
-          Ehhh… Se supone que vos me ibas a preguntar como sabía yo tu nombre… Es básico… - le dijo con el tono que usaría para explicarle algo a un nene de 7 años.
-          ¡JAJA! Ya… ¡Ya entendí! ¡Es muy bueno! ¡Pensar que antes me había reído de compromiso! O sea que… ¡JAJA! ¡¡¡Es gato y a la vez araña!!! ¡Claro! – comprendió Bernardo.
El encapuchado lo miraba con resignación y pensaba que si ese era el sujeto que debía salvar a la humanidad, los dioses eran una manga de teletubbies sarcásticos.
-          Bueno, no importa – le dijo con pena. Ehh, yo soy el primer guardián del Santo Porrón. Para pasar por acá me tenes que ganar una batalla de acertijos.
-          ¡Metele gas! – le dijo Bernardo entusiasmado. La última vez que había jugado a los acertijos había sido dando clases en un tercer año. Pobres pibes… Ni una bien habían respondido. Y a pesar de que no aprendieron nada, él se fue a su casa feliz.
-          Empiezo yo – le dijo el guardián. “Soy blanco, soy tinto, de color todo lo pinto, estoy en la buena mesa y me subo a la cabeza”.
Bernardo no entendía nada. Puso cara de estar pensando de verdad para ganar tiempo. Primero consideró que podía llegar a ser un pintor blanco, vestido de colorado que cuando no llega al techo se sube a las mesas para pintar. Pero lo descartó porque no sabía donde meter lo de la cabeza.
-          Que bien que me vendría un vino ahora – dijo pensando en voz alta.
-          ¡Maldición! Si… es el vino… adivinaste. Te toca a vos.
Bernardo se reía por dentro. Era muy inteligente para el guardián.
-          ¿Qué excusa voy a poner el sábado para no ir a catequesis? – preguntó felizmente.
El guardián entró en crisis. Había tantas que ya había utilizado que no se le ocurría ninguna nueva. – Vos ganás gordo – le dijo. Ahora ándate dale. Aguanta que te firmo el papelito así el otro guardián sabe que me ganaste. Es como el grillo viste.
Bernardo estaba tan feliz que apenas le prestó atención y siguió caminando hacia su destino. Luego de haber avanzado unos pocos metros. Se encontró frente a frente con otro encapuchado.
-          Vos debés ser el segundo guardián – le dijo el tabernero cancheramente.
-          ¡Uuuy! ¿En serio? ¿Cómo te diste cuenta? ¡Imbecil! – le contesto furioso el encapuchado.
-          Me di cuenta por la capucha y porque me habían dicho que iba a haber un segundo guardián…
-          Eh... no tenías que contestar – interrumpió el guardian. En fin, ponete esta venda en los ojos, rápido que no tengo todo el día.
-          ¿Y que tenes que hacer? Estas adentro de una cueva…
-          No te hagas el vivo porque de acá no pasas más sino…
Mientras Bernardo se vendaba los ojos el guardian iba sacando porrones de todas las marcas que pudieran existir.
-          Vas a tener que decirme que cerveza estás tomando gordito. Y más te vale no errar.
El guardián jamás pensó que Bernardo iba a tener semejante capacidad para degustar todo lo que le ponía en la copa. Cervezas, vinos, licores, whiskies, comida para gato, bebidas blancas. Probablemente era el ser sobre la tierra con mas alcohol en sus venas.
-          Esto que tomé recién es un Malbec del 25, tiene una graduación del 12,5, servido a una temperatura de 457,67 Farenheit – aportó Bernardo. Ehh, el 7 es periódico y me gusta bailar en zunga de leopardo la canción de los teletubbies. Se arrepintió inmediatamente de haber dicho eso pero estaba feliz de haber respondido correctamente.
-          La verdad gordo… me das asco de lo alcohólico que sos… pasá dale – le dijo el guardian mientras lo empujaba con su bastón lo mas lejos que podía.
Mientras tanto, Marito y Caja Vengadora se enfrentaban a una de las peores situaciones de sus vidas. - ¡Quiero Whiskaaaaaaaasss! – gritaba el felino mientras lloraba desconsoladamente.
-          ¡Pero no hay! Ubicate un poco, estamos en el año 30, todavía no existía la comida para gatos – intentó explicar Caja.
-          ¡No me importa! Nos van a matar los libertinianos y vos me venís a joder con que no puedo comer lo que quiero… ¿Estas loco vos? ¿Qué te pasa calabaza?
-          Bueno… te puedo ofrecer Dogui…
-          Ehhh… ¿no te parece que hay algo que está mal en lo que acabás de decir?
-          Eh… a ver… ofrecer es el verbo... Dogui sería el sustantivo y núcleo de la oración.. me queda “te” que sería un pronombre y…
-          Shhh basta! – lo interrumpió Marito. Dame Dogui nomás.
El gato se dispuso a comer con mala cara mientras Caja observaba el horizonte.
-          Ahí vienen…
Marito terminó de tragar y sonrió gatunamente (léase perversamente).
-          ¡Que vengan!
Bernardo siguió caminando por el pasillo interminable. Podia presentir que estaba llegando a su fin… algo se lo decía, probablemente su sexto sentido le estaría diciendo que… Su pensamiento se vio interrumpido cuando chocó de frente contra el gran portón que estaba delante suyo. “Claro, me ponen estas cosas en el medio a ultimo momento” pensó Bernardo para no pasar vergüenza con el mismo. De pronto, las puertas se abrieron y el cantinero pudo oír una voz.
-          Salve, Bernardo hijo de Oscar, hijo de Ramón, hijo de MIL MILLONES DE….
-          ¡Epa! – interrumpió el gordo. ¿Cómo sabes tanto vos?
El encapuchado se descubrió la cara para presentarse a Berni.
-          Yo, soy el que soy – le dijo mientras sonreía un simpático anciano calvo.
-          Pará, yo soy el que soy – se escandalizo el gordo mientras le apuntaba con un porrón a medio desenfundar.
-          No querido gordo, yo soy el que soy.
-          En todo caso vos sos el que sos, porque yo soy… eh… ¿Soy? Ah, no importa. Mucho gusto. Bernardo.
-          Estuve en contacto con el Bernardo del futuro – le explico el anciano. Me dijo todo lo referente a vos, o a él. Y veo que tenía razón… que tipo tan sincero. ¿Es verdad que los sábados te quedas siempre dormido?
-          ¿Los sábados nomas? Lo mío es un concierto de irresponsabilidad viejo – le dijo orgulloso.
-          Entonces… yo soy el ultimo guardián del Santo Porrón… ¿serás lo suficientemente responsable y honesto para heredarlo?
-          Viene con trampa – le dijo Bernardo.  Si te digo que si, se que no soy responsable porque me gusta dejar plantada a la gente y no estaría siendo honesto. Y si te digo que no, no me lo vas a dar… Así que voy a decir lo siguiente: ¡Popa! – gritó mientras lo empujaba al viejo y salía corriendo y se escondía detrás de una columna.
El viejo se levantó como pudo y al ver que sobresalía notoriamente la barriga de Bernardo y escuchaba su risa sofocada lo increpó.
-          ¡Se te ve la buzarda animal! Salí de ahí.
-          ¡No! ¡Tú la traes! – le dijo Bernardo con temor. Eh, bueno, no vale devolvidita.
El gordo lo encaró nuevamente esperando un reto, pero no llegó.
-          Mirá, vas a tener que elegir entre varios porrones, solo uno es el Santo Porrón, el Porron que da vida eterna, que salvará a los pecadores.
Se dirigieron hacia una mesa llena de porrones de distinta forma, tamaño y color. Bernardo comenzó a contemplar sin saber que hacer.
-          ¿Quién es el gordo asqueroso que está ahí parado y me señala? – preguntó Bernardo.
-          Eeeeh… ese sos vos… ¿no ves que hay un espejo?
-          Ah. – fue la única respuesta del cantinero.
La situación se hacía insostenible, Marito estaba herido por todas partes y aun asi seguía contraatacando furiosamente con sus uñas y sus escupitajos de bolas de pelos. El ejercito lybertiniano había roto el flanco de los Heinekitas y las batalla pronto tendría un funesto final.
“Apurate cementerio de ñoquis” pensó el felino mientras ejecutaba su mortífera danza del gato con botas. Pudo ver a Caja defendiendo la entrada a la cueva con ferocidad.
-          ¡NO PASARAAAAÁN! – gritó mientras clavaba su pajilla en la tierra.
Los enemigos estaban muy asustados como para atacar, hasta que su general los empujó a acabar con el gran cartón violento. Y Marito tuvo una idea. Tenía que boletear al general enemigo y quizás el ejército se desmoralizaría. Buen plan. Aunque no llegó a concretarlo. Una gran botella conectó en su cabeza y el mundo se volvió negro de repente.
“Sigue las señales… Cuando deseas algo con todas tus fuerzas, el Universo entero conspira para que lo logres” le había dicho Jeff antes de entrar en la cueva. Entonces decidió seguir la señal. Tomó la botella que su etiqueta decía “Santo Porrón” y fue en busca de sus amigos mientras el viejo le gritaba algo sobre la estupidez humana.
Cuando llegó hacia donde se desarrollaba la batalla tuvo una funesta visión. Los ejércitos aliados casi derrotados por la horda de herejes, Marito inconciente y Caja Vengadora agonizando en el suelo con muchas heridas en su cartón.
-          Vení gordo – le dijo respirando con dificultad.
-          Ni en pedo, la muerte es contagiosa.
-          Vení acá carajo porque si te busco vas a tener que ir los sabados a catequesis.
Bernardo asustado fue rápidamente hacia donde estaba su amigo.
-          Tengo el Santo Porrón – le dijo. Te voy a curar. Caja sonrió sin decir nada.
El gordo destapo el porrón con su oreja y sorprendentemente no había liquido… solo una nota garabateada rápidamente. “Lo que buscas está en el interior… Si gordo boludo, no es joda, lo tienes delante de tus ojos”.
Bernardo comprendió todo. ¿De donde había salido Caja? No había dado explicaciones. Sólo podía estar ahí por una razón… Introdujo su mano en la gran caja a través de las heridas y acto seguido sacó un Porrón dorado y negro de su interior… El Santo Porrón…
-          Gracias amigo – dijo Bernardo limpiándose los mocos en el cuerpo de su compañero.
Se puso de pie. Caja ya no respiraba. Marito lo hacía a duras penas. Bernardo deseó con todo su corazón que lo deje de hacer. Pero recordó la situación y destapó el Santo Porrón con la nariz. Hubo una gran onda expansiva que destruyó a todo libertiniano que estuvo cerca. La magnitud del desastre solo pudo contemplarse unos días después cuando se origino otro cráter sobre el que ya estaba. Un silencio de muerte ocupó el ambiente. Poco a poco los Heinekitas comenzaron a retirarse mientras su general saludaba y felicitaba a Bernardo. El gordo estaba como aturdido, sólo pensaba en el sacrificio de Caja. Quedaban muchos interrogantes. ¿Y su yo del futuro? ¿Y los libertinianos estarían todos muertos? ¿El lunes era feriado? ¿Cómo se llamaba ese chico…? ¿Javier o Gabriel…? Deberia estar feliz por el Santo Porrón, pero no pudo atinar a hacer nada hasta que solo quedó en el gran pozo el felino, Jeff y los restos de Caja.
-          Entierrenlo – dijo el gordo, a mi me duele la espalda… y sigue siendo sábado. Ya le había dado de tomar porrón a Marito y a Jeff y se había recuperado de sus heridas.
Antes de cubrirlo completamente con tierra el gordo le tiró un chorro de cerveza. – A tu salud cartón – dijo tristemente.
-          El me había dicho que esta tierra no lo dejaría morir – dijo Jeff. Quizas se equivoco. Se dio vuelta para unirse a Bernardo mientras Marito le dedicaba a la tumba un maullido de tristeza y de dolor. Los tres primeros grandes profetas se alejaron en silencio bajo el cielo gris. Y no pudieron ver cuando la mano de Caja surgió desde la tierra para aferrar con fuerza su pajilla.

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